Soy una mujer apasionada, intensa y una auténtica montaña rusa emocional. Soy capaz de recorrer en un milisegundo toda la paleta de emociones conocidas y, si me apuras, por conocer. Pasar de la felicidad al llanto, enfadarme en el proceso por no ser capaz de controlarme, pegar un grito de angustia, sentirme culpable por ello para luego hacerme un ovillito y acabar haciendo alguna broma al respecto de mi ingente locura emocional. Todo todito ante la estupefacta mirada de Matías que, en dosis exactamente iguales de curiosidad, comprensión y asombro, sigue sintiéndose fascinado de este talento (o tarita) que no termina de entender.
– ¡¡Contrólate, mujer!!- Me dice siempre muerto de la risa.
Y ahí estoy yo, con el rímel corrido por todo el ojo intentando entender qué acaba de pasar, sintiendo mi corazón latir con la intensidad del galope de un pura sangre.
– Ya estoy mejor. Gracias.
Llevo muchísimos años estudiando y trabajando las emociones y puedo decirte que he tenido grandes avances al respecto. En mis años adolescentes no os miento si os digo que era el jodido Dragon Khan. Gracias a Dios y a muchos años de estudio y trabajo personal me gusta pensar que me he convertido en una montaña rusa de esas con un par de «cuestitas» interesantes pero poco temibles. En parte porque ya me he subido muchas veces y las conozco. Sé lo que voy a sentir cuando veo que me estoy aproximando a una de ellas y, en la mayoría de los casos, soy capaz de relajarme y sentir el hormigueo en la tripa sin juzgarme demasiado. Otras veces me pilla mirando para otro lado y cuando me doy cuenta estoy cayendo en picado con doble cara de susto, la mía propia y la de los pobres desalmados a los que les ha tocado ir en mi mismo vagón en ese momento.
Mati es todo lo contrario. Es la típica atracción del aquapark en la que vas sentado en un cómodo dónut hinchable, a 2 metros por hora, disfrutando de un zumo fresquito y el sol en la cara. Una cosa impresionante. La emoción que parece engancharse a él como un imperdible es la alegría y, tanto es así que, al igual que en la película de Inside Out, a veces puedes incluso llegar a pensar que ha dejado a la tristeza perdida en algún lugar al que no tiene pensado ir próximamente. Iría un poco más allá. La ira, si es que la tiene, no debe de saber dónde está, porque no la he visto aparecer en todos los años que llevo con él. Venga, que me lanzo, voy un último paso más allá. Incluso diría que tampoco tiene asco y a las pruebas me remito. La cantidad de veces que se ha comido algo en mal estado son suficientes para que dude de su existencia… xD
Que vamos, que el tío va por ahí con una única emoción al mando, salpicando de su alegría todos los botones que toca: en el trabajo, en la amistad, en el amor, en la familia…
Pero te voy a desvelar un secreto. Tiene truco. Sí, sí, este muchacho tiene truco y no lo sabe, pero que quede entre tú y yo, ¿vale?
La alegría controla todo lo que le pasa porque nada de lo que le pasa es capaz de quitársela. Te lo explicaré con un ejemplo. Un día llegué de uno de mis cientos de formaciones de gestión emocional con un ejercicio para compartir con él. Era una cosa muy sencilla y muy simple. Había que dibujar un eje de coordenadas y colocar en la rama vertical Y los números del 0 al 10 y de 0 a -10, y en la rama horizontal X tus años de vida de 5 en 5. Algo parecido a esto:
Una vez hecho el eje tenías que colocar los eventos que más te habían marcado con un puntito, tanto los que recordabas con mayor felicidad como los que te habían provocado un buen dolor de barriga, fuera del calibre que fuera. Una vez puestos los puntitos tan solo quedaba unirlos entre sí y formar una línea para, de un vistazo, poder hacerte una idea de cómo percibes tu vida a través de tus recuerdos.
Pues bien. Os voy a enseñar las gráficas de ambos. A ver si sois capaces de reconocer la mía…
Os podéis hacer una idea de mi cara cuando vi su gráfica. Era conocedora de ciertos episodios de su vida que habrían sido merecedores de un -8 fácil, pero habrían sido un -8 para mí. Su estado natural se mueve en un 6-7. Cuando le pasa algo genial, sube a un 9 o 10 pero a diferencia de mi «dramagráfica», cuando le pasa algo doloroso no baja de un mísero -3.
-No te puedo creer. ¿¿Un -3?? ¿¿En serio??
Estaba indignada. ¿Es que no siente este chaval?¿Tiene el corazón chamuscado o qué demonios le pasa?
Para mi sorpresa, su respuesta me dejó todavía más confundida.
– A ver. Me estás preguntando por cosas que me han pasado y por cómo me han marcado. Pues bien, para empezar esas cosas están en el pasado, por lo que aunque sea capaz de recordarlas, no les doy la intensidad que probablemente tuvieron en su momento. Ya no me afectan. Y segundo, soy consciente de que hay gente que lo ha pasado mucho peor que yo. ¿Cómo podría ponerme un -8 si sé que hay gente por ahí con «problemas de verdad? Soy más capaz de acordarme de los momentos en los que he disfrutado a tope por la sensación me produce pensar en ellas.
…
…….
…………..
………………….
FLIPO. Yo con cientos de libros, cursos, másteres del Universo en gestión emocional y va este «weón» y viene con el software instalado con todas las actualizaciones y extras. Tócate los cojones, Mari Loli…
¿Qué pude rescatar de este aprendizaje de vida tan maravilloso de mi profesor cum laude en «vivir la vida sin complicaciones» y que quiero compartir contigo?
1.- Las emociones pasadas se quedan en el pasado. No se puede vivir un recuerdo con la misma intensidad con la que lo vivimos en su momento. Si lo hacemos corremos el riesgo de hundirnos hasta lo más hondo por un estímulo, situación, persona o problema que YA NO ESTÁ en nuestra vida. Recordar sí puede ser útil en nuestro aprendizaje de vida, revivir la mierda una y otra vez, NO.
2.- No hay nada malo en simplemente estar «a gusto». Sentir las cosas con un nivel entre el 5 y el 7 no significa ser un insensible. No hace falta estar sintiendo todo al máximo de intensidad porque si no tenemos la falsa impresión de que «no estamos vivos». La gama de grises y de calma es igual de necesaria en nuestro equilibrio emocional que amar locamente, llorar de alegría o gritar de la emoción. Las dos hacen falta a partes iguales.
3.- Tu forma de interpretar lo que te pasa será la que te haga sufrir más o menos, incluso en los momentos más duros. No hay una regla establecida ni nada que mida los eventos que nos ocurren de más a menos terroríficos. Lo que lo es para unos, puede no serlo para otros. No me malinterpretes, no hablamos de que seas un flower power (no puedo con ellos). Hay momentos de mierda, hay enfermedades muy duras, hay lesiones, hay dolores, hay rupturas… Y duelen. ¡Vaya si duelen! Nos duelen a todos. Lo que cambia es CUÁNTO y HASTA CUÁNDO nos duelen. Y eso, afortunadamente para nosotros, sí está en nuestra mano poder manejarlo.
4.- Nunca te avergüences de tus emociones. Las emociones, por mucho gurú que se atreva a decir lo contrario, NO SE CONTROLAN. Ni falta que hace. Las emociones nos dan una información valiosísima acerca de nosotros mismos y del mundo en el que vivimos. Lo que es importante para nosotros, lo que nos hiere, lo que nos inspira, lo que nos excita… Y también lo que podemos y/o necesitamos trabajar para vivir más felices y tranquilos, que viene a ser lo que mundialmente se conoce como «gestión emocional». Las emociones se gestionan, no se controlan. Está en nosotros aprender a reconocerlas, escucharlas, interpretarlas y entrenarlas. No es fácil, te lo garantizo, pero sí esencial en tu camino a la felicidad.
La primera vez que Mati me vio en un estado de «spinning cardíaco», pasando de una emoción a la otra en fracciones de segundo, sonrió dulcemente y me dijo:
– Wow. ¡Sí que eres una auténtica montaña rusa emocional! Para tu tranquilidad te diré que me encantan las montañas rusas y no me dan miedo. Eso sí, no me montaría en ellas todos los días…
Y de momento, ¡aquí seguimos! Yo, gestionando las curvas de la atracción para no marearle demasiado, haciendo ajustes y mantenimiento continuos y él flotando, cual dónut en un remanso de agua cristalina día sí… día también.
Qué rabia me da esta gente que nace aprendida, oye. Tanta que me entran ganas de llorar.
Mierda, ya estoy otra vez…
Leave a Comment