Oye, ¡qué bien que estés aquí! Muchas gracias por pasarte. Ya si te quedas, mucho mejor.
Te prometí en el post anterior que te hablaría de las cosas que se pueden entrenar para ser más feliz y he decidido empezar fuerte pero sencillo. Por algo que es tan fácil de aplicar que hemos dejado de darle valor, como a esos ebooks que te regala algún infoproductor hambriento por tener tu email, que te descargas de un click y que jamás llegas a leer. Y es que qué fácil y barata sale la gratitud y cuán poco valor se le da hoy en día, ¿no te parece?
Dice el refranero español que es de bien nacido ser agradecido. ¿Pero qué significa esto exactamente? ¿Es lo mismo dar las gracias que ser agradecido?
No, no lo creo, pero desde luego me parece un buen primer paso por donde empezar, como el que sonríe sin ganas con la esperanza de poder cambiar su día de mierda. Llega un momento en que, irremediablemente y casi sin esperarlo, una cosa te lleva a la otra.
Recuerdo la primera vez que Matías fue a casa de mis padres. Llevábamos juntos tan solo medio año pero pasar el verano en Madrid semejaba más duro para él que hacer un viaje de 600 km en un Smart para conocer a los padres de su chica y de paso hincharse a pulpo y a mar.
Así que allí nos plantamos. El primer día fácilmente llegó a darle las gracias a mi madre unas 10 veces, una por cada café, comida, postre o mimo con los que ella trató de impresionarle. Otras tantas a mi padre, por llevarnos en el coche, por cederle el sitio en la mesa o, simplemente, porque le preguntó qué tal estaba.
Era tal el nivel de gratitud que desprendía que pensé que lo hacía para ganar matripuntos, que es todo eso que haces en una pareja, en este caso, para ganarte a tus suegros con el fin de que, con algo de suerte, tu pareja te regale algún refrote a cambio o poder canjearlos en algún momento en que verdaderamente los necesites (ya os contaré en profundidad cómo funcionan en «haga feliz a su pareja y gane matripuntos» en algún otro post).
En cualquier caso, mi padre se dio cuenta también y me dijo:
– Caray, me encanta lo agradecido que es este chico.
Sea como fuere, lo hiciera por la razón que lo hiciera, desde luego se los metió en el bolsillo. Tanto que ahora mi madre le abraza a él antes que a mí cuando vamos a Galicia a verlos. No es que me moleste… pero sí. Maldito encantador de serpientes… ¡Que no digo que mi madre lo sea! Espera, ¿qué estaba diciendo…?
Cuando pasaron otros seis meses más fue mi turno de ir a conocer a los suyos. En este caso los 600 km eran 12000 y me iba a atravesar todo el Océano Atlántico y toda Sudamérica. Eso son mínimo 4000 matripuntos.
Llegamos a Santiago un 24 de diciembre, en pleno verano chileno. Mati cogió el coche y nos dirigimos hacia la casa de sus padres en la costa, a dos horas de la capital. En el trayecto yo me transformé en estos perrillos que van en el maletero moviendo la cabeza, con una incapacidad total de mantener a raya la musculatura de mi cuello. Tenía un sueño de muerte, por lo que aproveché que mis suegros iban a llegar más tarde para «echarme una siestecilla». Tenía la intención de ayudar a mi suegra cuando llegara a casa a hacer la cena de Nochebuena y, a poder ser, ponerme mona y causar buena impresión.
Cuando me desperté, moví la cabeza ligeramente y pude notar cómo la baba cubría no solo mi almohada, sino la cara entera. No me habría causado mayor disgusto si no fuera porque me di cuenta de que no había luz. No me refiero a en la habitación, sino afuera. Eran las 21.30 y mis suegros llevaban ya unas horas allí. Cena hecha, todo listo, menos yo, que de lista no tuve nada. Mati alegó que no me despertó porque me vio taaaan relajada, que le dio pena. Menudo mal momento para ser tierno, también…
Salí vestida con unos pantalones cortos ladeados, con la costura a media nalga, luciendo mis mejores ojeras y una sonrisa prêt-à-porter.
Bravo, Ale, bravo…
Después de una grata cena, me puse el despertador (esta vez sí) para dejar toda la cocina limpia. Cientos de platos, cubiertos, vasos… ¡TODO! Quería agradecer de alguna manera que fueran tan amables conmigo a pesar de ser tan caradura y levantarme a plato puesto. Cuando terminé de fregar, cosa que odio con toda mi alma, noté la puerta que se abría. Era la chica de la limpieza que, con voz de sorpresa, me dijo:
– ¡Anda! ¡Si ya lo has fregado tú todo!
……….
Cuando ya llevaba unos días allí, pasado ya el mal trago, me dio tiempo a fijarme que lo de Matías venía de familia. Que no solo él llevaba la gratitud por bandera, sino toda su familia. Es más, me atrevería a decir que todo Chile. Lo vi en las tiendas de ropa que entramos, en las cafeterías, en los restaurantes, en la panadería… Gracias por aquí, gracias por allá. Gratitud desmedida, como si sobrara, como si nada.
Yo vengo de una familia donde la gratitud es importante, pero ahí me di cuenta de que había un nivel mucho mayor que el que yo conocía. Dar las gracias no solo cuando toca, de forma automática y por educación; no, no, estas gracias se dan con apellido. Nunca un gracias solitario, siempre con explicación.
Gracias por la cena, estaba riquísima. Gracias por haber venido, sé lo lejos que te quedaba este sitio de tu casa. Gracias por haber recogido la ropa, sabes lo mucho que me gusta el orden. Gracias por haber aireado la casa después de haber comido lentejas, me lloraban los ojos con tanto gas. Y así, con todo.
Si no has experimentado antes lo de convertirte en un croupier de gracias, verás que al principio te vas a sentir algo incómodo y puede que hasta te parezca exagerado, pero existe algo mágico en la gratitud. Que las gracias SE DAN, igual que los regalos y, como tal, la persona que las recibe se siente agradecida también, generando un círculo virtuoso de gratitud y felicidad. Incluso puedes llegar a verte sumergid@en una espiral de la que que no puedas/quieras salir nunca, donde das las gracias, la otra persona te las da a ti, tú se las vuelves a dar… y así hasta el infinito y más allá. No me refiero al mismo día, que te veo venir, me refiero a todos los días del resto que te toque vivir.
¡Haz la prueba! Durante unos días, fíjate en las veces que das las gracias y en cuántas veces te las dan a ti. Luego, agradece todo lo que puedas; «a esgalla», que se dice en mi tierra, indiscriminadamente, que dirían los literarios. Y si ya lo acompañas de una buena sonrisa amable, ya eres de nivel avanzado.
Y no solo con los demás, ¡qué va! Contigo mismo es incluso más importante. Hay muchas razones por las que estar agradecido que, con la vida que llevamos, tendemos a olvidar. A tu cuerpo, a tu alma, a la vida, a una ducha caliente, a ese café de las mañanas…
Agradece desde que amanece.
A todo y a todos. Un mantra tan fácil de recordar como de ejecutar. Te juro que es así de simple.
Y si quieres dar un paso más y formar parte de la élite, te recomiendo que incluyas en tu vida un diario de gratitud. Si eres perezoso, puedes comprarlo estructuradito aquí si quieres la versión original, aunque puedes encontrar cientos de alternativas más baratas y en español.
Lo importante es que empieces. Lo ideal, que empieces ya 🙂
Muuuchas gracias por este relato que me ha hecho reír unos minutillos!!!quiero más…..porfi porfi porfiiiii
¡¡¡Gracias, hermana!!! Qué agradecida estoy a la vida porque tú estés en ella 🙂
pues practicando desde ahora mismo, muchas gracias por este gran consejo y la manera tan ena y graciosa de contarlo. Deseando leer mas, un abrazo!!
Muchas gracias a ti por tomarte tu tiempo para mostrarme tu gratitud. ¡¡Veo que has empezado a ponerlo en práctica desde ya!! :))) Un abrazo fuerte
Qué bien describes las situaciones y que agradable es tu relato. Ojalá muchas personas te lean y se dispongan a ponerlo en práctica. Gracias por la buena onda!!!!!
Muchas gracias por tus palabras de cariño, Rosana :)) Yo también confío en que haya mucha gente que se anime a practicar. ¡Los beneficios son muchos e inmediatos! Y es el primer entrenamiento de diez… ¡Imagínate la que vamos a liar! xD Un abrazo muy fuerte y gracias por estar al otro lado