Adivina adivinanza… Es una fruta. Redondita; más o menos del tamaño de una manzana (de las Golden, para los más curiosos). De color naranja… La tienes? Sí??
Fácil, no? Con esos datos no podría ser otra cosa que una naranja!!!
Pues va a ser que NO. Estoy hablando del pomelo. Cómo te queda el cuerpo??
Y dirás ahora… Qué coño me querrá decir esta mujer con semejante chorrada? Pues que nuestra vida está completamente carente de datos. Que juzgamos a la primera de cambio, sin información alguna, y así nos va. Que vemos naranjas donde hay pomelos y pensamos que las mandarinas, aunque parecen diferentes, “seguro que de tal palo, tal astilla”.
Un día, en un avión, destino a alguna parte lejana del mundo (en mi época de jugadora profesional de voley playa), iba sentada con mi entrenador y, a falta de sueño y exceso de imaginación, se me ocurrió plantearle una pregunta: “Oye, Yoyi, si fueras una fruta, qué fruta serías y por qué?”. Lo de los animales estaba ya más manido que el tebeo, así que se me ocurrió que sería bastante retador compararse con una fruta y que tuviera significado para nosotros.
Os confieso que no recuerdo qué fruta me dijo él pero se me quedó bien grabada la mía. Me salió de forma espontánea, como si la respuesta estuviera dentro de mí desde hacía mucho tiempo. Pues yo SOY UN POMELO.
Había comido pomelos en contadas ocasiones. La verdad es que es la típica fruta que no se entiende demasiado bien. Por fuera es una naranja. La ves y lo tienes claro. La coges, la partes a la mitad, esperando encontrarte unos gajotes dulzones y naranjas y… voilá! Son rojos. ROJOS! Pero qué puñetas…?! Ya te habías hecho a la idea. Si parece una naranja y se ve como una naranja, cómo es que no lo es???
Pues nada, ya que la tienes delante, te la comes, esperando que, al menos, sepa como una naranja, que es lo que estabas buscando. Y… uisshhhhh, pero qué amargo está esto!! Qué sabor más raro! Y te quedas unos minutos con la incertidumbre de si te encanta o no volverías a probarla jamás en tu vida.
Pues con esta metáfora os acerco cómo me he sentido durante practicamente toda mi vida. Muchas de las personas que iba encontrándome por el camino, se quedaban en la piel. Imaginaban que, por ser naranja por fuera, por narices, iba a serlo también por dentro. Yo, que en el fondo sabía bien que era un pomelo, a pesar de mis desesperados intentos naranjeros, intentaba que mi zumo fuera siempre dulce. Que gustara a todos! Porque nadie le hace ascos a un buen zumito de naranja! Pero a uno de pomelo… Ojito!!! Hay que tener los cojones bien puestos. Y sin azúcar, ni stevia, ni ná. A pelo.
Y de repente un día, cansada de mis esfuerzos fallidos, comienzo a echarle valor. Puede que, si he nacido pomelo, sea por algo! Y que, aunque haya menos amantes de esta misteriosa fruta que de su hermana, los que la eligen, saben bien qué tienen entre manos! Y les encanta… Y nunca tienen abasto.
Y es curioso. En unos años pasé de odiar ser un pomelo a convertirme en abanderada “pomelar”. Entendí que ser diferente no es algo malo. Que hay algo dulce también en el amargor. Que si somos rojos por dentro es porque el naranja se nos quedaba pequeño! Y la pasión nos incendió.
Somos Pomelos. Puede que, aunque estemos orgullosos de serlo, aún nos dé un poquito de miedo mostrarnos tal como somos. Por eso en ocasiones os confundimos con nuestro logrado disfraz de naranja. Igualmente, si tenéis algo de curiosidad, paciencia y os atrevéis a ver un poquito más allá, prometo que os encontraréis con una fruta, tan apasionante como sorprendente, deseando iluminaros y calentaros con el fulgor de su rojizo corazón.
Palabra de pomelo.
Leave a Comment