Cuerpo, mente y corazón. Son tres, tres son. No necesariamente en ese orden! Pero todas ellas patas esenciales para que nuestra mesa no cojee.
Y vivimos en una sociedad que juzga más que habla. Que le dedicas mucho tiempo a cuidar tu alimentación, pasas horas y horas entrenando y no haces nada que perturbe la pureza de tu cuerpo? MACHACA DE GIMNASIO. Que haces meditación todos los días, vas vestida con cualquier cosa que has cogido de tu armario, oliendo a incienso y con una sonrisa tatuada? YOGUI FLAUTIPERRA. Y si eres de los que no tiene término medio? Que cuando gritas, aúllas, cuando lloras, sollozas, cuando ríes, los que aúllan son los perros de la ciudad vecina y eres un auténtico torbellino de emociones? PIRADO.
En mi opinión, la clave está en el equilibrio. Dedicarle el tiempo necesario a trabajar cada uno de los tres poderosos eslabones sin descuidar ninguno de ellos.
El cuerpo HACE, el corazón SIENTE y el cerebro PIENSA. Esto no es como lo típico de: si pudieras elegir entre tener una 95 de pecho o un culazo… con qué te quedas? Aquí lo suyo es tenerlo todo, todo y todo.
Yo os voy a hablar de mi caso particular. Siempre he sido de las que ha tenido un cuerpo atlético. Con 13 años comencé mi aventura en el voley, di el estirón y… voilá! Los genes y las horas que he invertido en mi cuerpo han dado su fruto. La parte de “CUERPO” es la que menos me cuesta trabajar, vamos!
Respecto a mi patata… A su aire. Siempre a su aire! Corazón despendolao el mío. Siempre latiendo a toda pastilla! (Y eso que en su día la cardióloga de la Blume me dijo que tenía el corazón del tamaño del de un golfista. Más bien tirando a… “justito”, para no ofender a nadie…). Nunca atiende a razones. Es más bien algo insolente. Y encima, cuando se le mete algo entre ventrículo y ventrículo, no hay quien lo aguante. Va a por ello cueste lo que cueste!!!! Siempre he creído que todas mis neuronas están ahí.
Y por último, el soldado “O’ Brain”. En lo alto de la torre, supervisándolo todo. Intentando inculcar algo de prudencia a su vecino, el “bombeador”. Pero no había tu tía. Así, después de mucho tiempo de intentar hacerse escuchar y ver que ni el cuerpo ni el corazón le hacían puñetero caso, se puso a hablar solo. Horas y horas de conversación sin sentido. Palabrería pura. Muchas veces inservible pero… para qué iba a decir algo cuerdo, si nadie le estaba escuchando? Pues hala, él a lo suyo. Con su verborrea. Y poco a poco empezó a perder el norte. A veces, para hacerse oír, incluso intentaba sabotear a sus compañeros de vida. Alguna lesioncilla por aquí (hala, te jodes!), un “la gente piensa de ti esto y lo otro” por allá (toma, te lo comes!!!) y alguna que otra vez se hizo con la victoria. Y era tal el gozo que sintió, que poco a poco empezó a cogerle el gustillo a bombardear a sus amigos. Aquel soldado puro, con ganas de ayudar, tan cuerdo, tan sereno, tan capaz y tan sumamente necesario en la ecuación, se convirtió en un auténtico villano.
Y en el medio de tanta incertidumbre… YO. Cuánto daño me hacía el soldado O’Brain! No entendía qué podría haberle hecho tan grave como para que intentara cargarse a mis otros dos aliados. Intenté hacer como si no pasase nada, como si no estuviera ahí gritándome! Pero no me fue posible. Poco a poco sentía que mi cuerpo perdía fuerza y mi corazón se sentía completamente agotado. La energía de los dos no era suficiente para mí. Así que no me quedó otra que sentarme a hablar con él.
“Dime, O’Brain, ¿Qué es lo que te hemos hecho? ¿Por qué nos saboteas así? ¿Por qué quieres hacernos daño?”. Al principio, se mantenía en su postura rígida e inalcanzable. Sabía que no sería tarea fácil, pero volví a la carga. “¿No ves que te necesitamos?¿Qué es lo que podríamos hacer para que te sintieras más a gusto? ¿Qué necesitas para volver a nuestro lado?”. En ese momento, vi que su rostro se ablandaba. Incluso me pareció verle un pucherito!!! Y entonces, dijo con un hilo de voz muy suave: “Estoy agotado. Eso es lo que me pasa. Soy quien hace latir con fuerza a tu corazón y también el que llena de energía y vitalidad tu cuerpo. No me das ni un minuto de descanso, me dejas hablando solo horas y horas sin parar sin hacer nada al respecto, haces más caso a lo que los demás dicen de ti que a lo que yo te grito desde dentro y nunca me tienes en cuenta a la hora de tomar decisiones. ¿Cómo crees que me siento?”.
Me dejó muda (a mí!!!). Llevaba años pensando que me atormentaba por placer. Que estaba celoso del tiempo, cariño y dedicación que regalaba a los otros dos y que estaba ofendido porque no le hacía ni puñetero caso. Y me fui a dar cuenta, en un segundo, de que le necesitaba tanto como a ellos. Sólo necesitaba reconciliarme con él! Tratarle con cariño, con respeto, escuchar sus neuras y tranquilizarle cuando se le fueran de las manos. Dejarle intervenir cuando el corazón se embalase hacia el vacío y que acompañase a mi cuerpo a la hora de entrenarse. Que coliderase con ellos con determinación, energía y pasión para convertirme en mejor persona. Más tranquila, más presente, más feliz…
Y ese día todo cambió. Cambió mi mundo y todo porque decidí que la que iba a cambiar era yo. Mi “tridente” particular empezó a entablar una nueva relación. El corazón seguía llevando la voz cantante (y seguirá, por los siglos de los siglos…) y no se dejaba domar con facilidad, pero mi cerebro había desarrollado más paciencia y hasta le hacía cierta gracia lo fácil que era alterarlo! Pero se empezaron a llevar cada vez mejor. Y el cuerpo, que siempre se había visto un poco en el medio de ambos, se benefició de los dos. Empezó a sentirse más fuerte, más poderoso y más capaz de todo. Imparable!!!
Con el equilibrio llegó la paz. Y con la paz… conocí a la que hoy en día es mi mejor amiga: YO MISMA.
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