«Nada es suficiente hasta que todo es suficiente«.
Ese es uno de los aprendizajes más poderosos que me está enseñando este momento tan duro que me está tocando vivir.
Desde los 13 años no recordaba ni un solo momento de mi vida donde me hubiera quedado tanto tiempo sin poder entrenar y con tanto dolor. Ver que tengo que pedir ayuda a mis clientes para que carguen la kettlebell de 16 kilos me remueve el estómago, para qué os voy a engañar. No estoy acostumbrada a pedir ayuda pero cuando se trata de temas físicos, MENOS.
Y de repente la vida te enseña lecciones que creías poder obviar: paciencia, aceptar tu parte vulnerable, humildad y —me cuesta hasta decirlo—conformidad.
Dejadme que os explique por qué he puesto esas cuatro fotos ahí.
La foto de voley playa
Ahí estoy yo, viajando por todo el mundo, haciendo el deporte que más he amado, morenita todo el año… Sólo recordarlo hace que los pelillos de la nuca se me ericen. El voley playa fue mi amante más exigente. Se lo di todo, pero nunca fue suficiente.
—¿Por qué?—Me pregunté durante años. —¡Si lo tenía todo!
Pero me di cuenta, años más tarde, de que hay respuestas que solo te llegan cuando estás preparado para recibirlas. Obviando mi profundo amor por este deporte, me volví a hacer la pregunta pero de otra manera.
—¿Qué me faltó? ¿Qué pude hacer de otra manera? ¿Qué me impidió llegar donde quería?
Y las respuestas empezaron a llegar como cartas de guerra extraviadas, todas de golpe. Me encontré descubriendo que había estado disfrazando de perfeccionismo y arrogancia el sufrimiento de no creerme nunca lo suficientemente buena; que había sentido la soledad más terrible—aquella que no buscas pero encuentras igualmente sin cesar en medio de un grupo inmenso de gente— y el dolor de sentir que no encajas a pesar de tus esfuerzos por caer bien y ser una más que, curiosamente, lo que consiguen es convertirte en el centro de atención constante de la crítica más cruel.
Nunca tuve suficiente hasta que mi cuerpo estaba tan dolorido que decidí que era el momento de dar un paso atrás y terminar mi carrera deportiva. Como por arte de magia, ese último año fue de los que más disfruté en mi vida. Mis capacidades físicas estaban al 50%, mi juego más limitado que nunca, pero con la sensación de que por fin era LIBRE. Mi objetivo había cambiado. Ya no tenía esperanzas olímpicas, ni sueños de gloria, ni necesidad de halagos. Solo quería tatuarme la mente con buenos recuerdos hasta el último de los partidos que tuviese la oportunidad de jugar. Y disfruté…. ¡Vaya si disfruté!
La foto con la kettlebell
Tenía más cuadraditos que un Cubo de Rubbik. Cuando yo me propongo algo no suelo tener escala de grises. ¡O todo o nada! Así que fue una época en la que decidí estar más fit que nunca. Puse mi nutrición en manos de un profesional, entrenaba cada día un sinfín de disciplinas deportivas (halterofilia, kettlebell, alta intensidad, triathlon indoor, gimansia deportiva, voley playa…), contabilizaba el descanso… ¡Todo giraba en torno a eso!
Y una vez que estuve ahí, con el cuerpo que quería, con las capacidades que yo buscaba, con la fuerza que perseguía… Me di cuenta de que me obsesioné tanto que hasta me sentía culpable si comía un día los maravillosos macarrones gratinados de mi madre. Me di cuenta de que vivir condenada a contar calorías y odiando el pollo y el arroz no tenía ningún sentido. Que ser la “chica tupper” no era para mí y que comerme un buen helado con Matías dando un paseo por el espigón de Vigo no tenía precio. No se trataba de hacer lo contrario que había estado haciendo hasta ahora, sino de buscar el equilibrio. Encontrar un “ya es suficiente”.
La foto de la barra
Como guinda del pastel, descubrí un deporte que parecía hecho para mí. Múltiples retos, diferentes disciplinas, mucho por aprender, muy mental y de superación constante: el Crossfit.
Diría que empecé con paso firme pero seguro, pero os mentiría. Ya es algo bien sabido por todos vosotros que no tengo escala de grises. Me puse como un auténtico Triceratops. Empecé a entrenar TODOS los días, sin descanso. Entrenamientos eternos, durísimos, tanto física como mentalmente, comiendo como un ocelote para intentar sobrevivir con algo de energía el resto del día y poder ganarme el pan dignamente.
Eso sí, como sabía que el sentido común es lo primero que suelo perder en estos casos, me prometí a mí misma y a Mati que NO COMPETIRÍA, bajo ningún concepto; que NO HARÍA ningún ejercicio que considerase potencialmente lesivo; que NO ERA TAN IMBÉCIL como para volver a lesionarme seriamente, que con una hernia discal y dos operaciones de hombro en el bolsillo había aprendido la lección. Que “ya había tenido suficiente”…
Y sobra decir que falté a mi palabra. Que hice ejercicios potencialmente lesivos, que me hice una lesión de espalda compitiendo que aún estoy pagando 7 meses más tarde y que, a pesar de mis temores, se confirma que sí soy bastante imbécil, después de todo.
La foto de la duna
A pesar de ser la primera, he decidido que sea la última por una sencilla razón: en este momento me di cuenta de que todo es suficiente cuando nada me lo parecía antes. Que allí estábamos Mati y yo, en nuestra luna de miel, en las maravillosas Dunas de Corralejo. El sol, el mar, nosotros y nada más. Como estaba recién lesionada, el dolor de espalda era tan intenso que apenas podía caminar, pero no importaba. Nos adaptaríamos a la situación lo mejor que pudiésemos, pasearíamos hasta que el dolor dijese basta, nos despertaríamos tarde y nos tomaríamos una copita de vino viendo el atardecer desde la terraza. Cosas que, a pesar de lo increíble que suene, no había hecho nunca.
Si no hubiera estado lesionada, probablemente habría buscado un sitio para entrenar, habría hecho yoga por las mañanas, habría elegido restaurantes donde pudiese contar macros, habríamos competido en absolutamente todo (a las palas, al freesbee, a ver quién hace el castillo de arena más rápido, a ver quién nada más rápido hasta la boya y vuelve…).
Nos lo habríamos pasado bien igual, ¡seguro! Me encanta el deporte, me chifla competir y ambos forman parte de mí. Pero ese día descubrí que yo podía decidir quedarme con todo aquello que no podíamos hacer o disfrutar de lo que era suficiente.
Porque de repente,
Cuando nada me parecía suficiente, descubrí que todo lo es
Leave a Comment