Primera World Tour del año: Osaka, Japón. Nervios, ganas y calor, mucho calor.
Nos ponemos a calentar antes de nuestro primer partido. Me sentía más fuerte que nunca! Y lo demostraba en cada ataque. La música seguía sonando y mi corazón golpeaba cada vez más y más fuerte. La hora se iba acercando…
De repente, en uno de mis últimos ataques, un CRACK. Tan alto, tan claro y tan fuerte que me hizo perder completamente la concentración. Y a ese CRACK le siguió un dolor paralizante de brazo, como si me pesara 300 kg de repente y no podía ni levantarlo. Pero qué me pasa??
Jugué el partido, más intranquila que otra cosa. Perdimos y me fui al fisio del torneo.
-“Nah, será una sobrecarga”- recuerdo que pensé.
Al día siguiente, quedamos para entrenar con las Mexicanas. Cuando fui a hacer el primer saque, no llegué ni a la mitad de MI campo. 4 metros, a lo sumo, que me parecieron 80. Pedí disculpas, recogí el balón, y volví a intentarlo. En esta ocasión, fueron 3. Pero qué demonios??? De repente atravesar la red con el balón se me antojaba más difícil que escapar de Alcatraz. No hubo forma ni de empezar el entrenamiento.
Soy fisio y no soy tonta. Sabía que eso de que era una sobrecarga era la respuesta que daba mi cerebro al pánico que sentía sólo con pensar en lo que sí podría ser…
Eso ocurrió en abril. Después de ese momento empezó la búsqueda: fisioterapeutas, osteópatas, traumas, homeópatas, curanderos, magos, hechiceros… Lo probé absolutamente TODO, pero el dolor no bajaba ni un poquito. Poco a poco iba perdiendo musculatura y entrenar y, mucho peor, jugar, se me antojaba cada vez más difícil. Seguí compitiendo, con más limitación incluso que dolor y hasta conseguimos un ORO en los Juegos del Mediterráneo!! (Algo que ahora, que lo veo desde muy lejos, me parece lo más increíble que mi cuerpo ha conseguido hacer a lo largo de toda mi historia).
Hasta llegaron a decirme que sería psicosomático, que es lo que suelen decir algunos médicos cuando no tienen ni pajolera idea de qué es lo que te pasa. Y yo pensaba: “caray, pues sí que debo de tener una psique fuerte! Porque no puedo ni peinarme del dolor…”. ¬¬
Las pruebas diagnósticas no eran concluyentes y yo, además de ir perdiendo cada vez más musculatura en mi brazo y la fuerza en el corazón, iba perdiendo también la confianza de mi equipo, que ya no sabía qué creer.
Y así, a vueltas y con mi pobre hombro colgandero, llegué al doctor Canosa en noviembre. En 4 preguntas y un par de vistazos, tenía claro qué era lo que tenía. Por primera vez oía algo que me encajaba perfectamente: “lo que tienes es un SLAP”. Lo segundo que escuché es: “Tengo que operarte ya”.
Dos noticias que cambiaron mi vida en un pis pas. Una buena, por fin sabía lo que tenía, y una mala, tenía que pasar por cuchillo. Y cuanto antes!
Me operé, me quedé perfecta y luego pasé los 3 meses más infernales de mi vida. La rehabilitación de un hombro operado, para todo aquel que lo haya sufrido, sabe como yo que es una de las más dolorosas por las que uno tiene que pasar. Es la articulación más móvil del cuerpo y, en el caso de una jugadora de voley playa, ni te cuento…
Pero me puse en las mejores manos, trabajé a razón de 4 horas diarias (entre sesión de fisioterapia, piscina, ejercicios y gimnasio) y a los 3 meses, en contra de todo pronóstico (habitualmente, la rehabilitación de un SLAP como el mío suelen ser 6 meses), volvía a pegarle a la pelota.
Ese día me juré que NUNCA, pero NUNCA MÁS, volvería a pasar por una operación de hombro. Pero a veces la vida es una maestra complicada y retorcida y te enseña muchas veces que, por mucho que entrenes, por muy fuerte que estés, por mucho que hagas tus ejercicios compensatorios, por toda la buena intención que le pongas a no lesionarte y cuidarte, hay cosas que no puedes controlar. Como el hecho de que, escalando una cuerda de 5 metros, se te rompa cuando estás llegando al techo y te metas el ostión (con perdón) más grande de tu vida.
Recuerdo ver cómo la cuerda se rompía y, mientras caía e iba agitando los brazos, a ver si con algo de suerte, volaba, iba pensando: “Dios mío, menuda osssstia me voy a meter. Pero dónde está el suelo?? Madre mía, me voy a matar”. Y todo eso en un segundo que me pareció una eternidad.
Ya en el suelo, me hice un autocheck. Fue un alivio descubrir que movía los pies y las manos! Pero cuando me fui a levantar, de repente un dolor paralizante en el hombro me devolvió a la realidad (El de mi nalga derecha no me pareció relevante. Ahí hay amortiguación de sobra!! xDD).
De nuevo a fisios, osteópatas, traumas… Y de nuevo el mismo panorama. Un dolor muy raro que nadie era capaz de reconocer. Hasta la primera resonancia parecía guardarse el diagnóstico! Hasta el miércoles pasado, cuando una segunda resonancia enjuiciaba: “Supraespinoso roto. Recomendamos sutura quirúrgica”. Y volví a oír un CRACK. Esta vez en el pecho. Un dolor de corazón me devolvía a mi promesa de no volver a operarme, a la rehabilitación, a todo el dolor… Y os confieso que me morí de miedo. Joder, otra vez no…
Y hoy lo comparto con vosotros. Soy Ale Simón y tengo miedo. Miedo a volver a pasar lo que para mí fue una de las experiencias más tremendas de mi vida. A no poder entrenar, a no poder trabajar, al dolor, a las prisas… Pero por otra parte, también os digo que romperme el hombro la primera vez, supuso uno de los mayores puntos de inflexión en mi vida y que, si hoy en día soy tan fuerte, es gracias a eso (aunque suene raro). Y me aferro a ese pensamiento con todas mis fuerzas.
Así que os hago la promesa de luchar cada día para ser positiva, para tener paciencia, para sacar el mayor provecho a esta situación y demostrame/ros que el que lucha, siempre vence. SIEMPRE.
Volveré. Más fuerte, más capaz y más guerrera que nunca. Con un hombro “biquirúrgico” y con muchas ganas de comerme el mundo. La primera vez me hizo crecer. La segunda me hará invencible.
PALABRA DE ESPARTANA
“Vence en la batalla aquel que está firmemente decidido a ganarla”.
Tolstói
Leave a Comment